El mes pasado celebrábamos San Valentín, el día del amor romántico, y no es por aguar la fiesta pero las cifras son claras. En la actualidad el 61% de las parejas españolas se divorcian. El matrimonio, que en otro tiempo fue para toda la vida, está en una grave crisis, al menos entendiéndolo como un compromiso para toda la vida.
La pareja la vivimos de muy diferentes maneras, como un reto, como un deseo, como un problema, como un anhelo, como un estorbo, como una decepción, como una esperanza, como una necesidad, como una obligación, como un reflejo de nuestra valía personal, en fin, podríamos seguir así y no acabar.
Hollywood, como altavoz de la cultura imperante nos sigue mostrando los ideales del amor romántico como el único amor posible. Vamos sabiendo ya que son falsos, que no nacemos incompletos, y por lo tanto no hemos de ir buscando nuestra “media naranja”; que obviamente no solo hay una opción, “el hombre/mujer de mi vida”; que el amor no lo puede todo; que incluso llegar a tener una buena/sana relación de pareja tampoco es suficiente para sentirnos plenos; que aun amándonos y amando, no somos capaces de leer la mente y el corazón del otro.
A pesar de que una parte de nosotros sabe cómo van siendo las cosas, otra sigue esperando que el amor, la pareja, el matrimonio, sea todo eso que nos han contado. Que dure para toda la vida. Que nos salve de la soledad. Que antes de llegar a notar una necesidad sea cubierta diligentemente por el otro. Que a pesar de ser distintos no se note, y no haya diferencias, ni discusiones, ni concesiones. Y que todo esto sea sencillo sin que tengamos que poner ningún esfuerzo, los esfuerzos son para otras cosas como el trabajo, la crianza de los hijos, o mantener amistades, pero no para el amor.
En fin con estos mimbres ya podemos suponer el cesto que nos espera. Estamos abocados a la decepción sin remedio, y es que la pobre pareja no puede sola con tantas expectativas, tan idealizadas, tan exageradas.
Así que la tragedia está servida. Si a esto le añadimos la larga esperanza de vida, los cambios constantes, la evolución personal que no siempre en la misma dirección, pues entendemos que las posibilidades de sostener una pareja en el tiempo van siendo cada vez más complicadas.
Y realmente eso no debería ser un problema, si hemos dejado de acompañarnos de la forma adecuada, si ya no nos respetamos y admiramos, si ya no nos gusta compartir el tiempo juntos, si ya no estamos dispuestos a hacer concesiones que en otro tiempo hacíamos con gusto, pues lo mejor es continuar pero separados.
El problema es no aceptar que eso sucede, es continuar cultivando el desengaño diario, es vivir en la queja constante, es esperar infantilmente que el otro cambie, que se convierta en lo que deseamos, o esperar que nosotros nos adaptemos a una vida que no queremos sin pagar un alto precio por ello.